miércoles, 26 de noviembre de 2014

Amos y señores

En “Narrative of the Life of Frederick Douglass. An American Slave” el autor describe con detalles la crueldad de los amos blancos, sin que hubiera ninguna ley que protegiera a los esclavos ni aún en casos de homicidio. El hombre se convertía en el “lobo del hombre”. Esto ya lo dije pero “si así actúan hombres cristianos, con un alma superior, prefiero mil veces la compañía de mi perro”.

Más abajo ponemos la foto de un esclavo mostrando los instrumentos de tortura.

 

… la llevó a un taburete bajo un gancho grande en la vigueta, puesto allí a propósito. La hizo pararse sobre el taburete, y le ató las manos al…

 

Párrafos

He tenido dos amos. El nombre de mi primer amo fue Anthony. No recuerdo su nombre de pila. Era generalmente llamado capitán Anthony, un título que, presumo, adquirió por navegar una embarcación en la Bahía de Chesapeake. No se lo consideraba un propietario de esclavos rico. Era dueño de dos o tres granjas, y una treintena de esclavos. Sus granjas y los esclavos estaban bajo el cuidado de un capataz. El nombre del capataz era Plummer. El señor Plummer era un borracho desgraciado, un blasfemo profano, y un monstruo salvaje. Siempre iba armado con un látigo y un garrote pesado. He sabido que cortaba las cabezas de las mujeres tan horriblemente, que incluso el amo se enfurecía por su crueldad, y amenazaba con pegarle si no cambiaba.

A slave from Louisiana exhibiting instruments of torture
Un esclavo exhibiendo instrumentos de tortura

 

El amo, sin embargo, no era humano. Se requería un acto de extraordinaria barbarie por parte del capataz para que lo afectara. Era un hombre cruel, endurecido por una larga vida de esclavista. A veces parecía tener gran placer en azotar a un esclavo. A menudo me despertaba al amanecer por los gritos desgarradores de una tía, a quien solía atar a una viga, y dar latigazos sobre su espalda desnuda hasta que tuviera literalmente cubierta de sangre. No había palabras, ni lágrimas, ni oraciones, de su víctima ensangrentada, que conmovieran su corazón de hierro de su propósito sangriento. Mientras más gritaba más fuerte golpeaba y donde la sangre corría más rápido allí azotaba más tiempo. La azotaba para hacerla gritar, y también para hacerla silenciar; y no hasta que lo vencía la fatiga, dejaba de golpear con el sangriento látigo.

Recuerdo la primera vez que fui testigo de esta horrible exhibición. Yo era bastante chico, pero me acuerdo muy bien de él. Nunca lo olvidaré. Fue el primero de una larga serie de tales atropellos, de los cuales estaba condenado a ser testigo y participante. Me afectó con fuerza terrible. Era la puerta manchada de sangre, la entrada al infierno de la esclavitud, a través de la cual estaba a punto de pasar. Fue el espectáculo más terrible. Me gustaría poder comunicar en el papel los sentimientos que presenciaba.

Este suceso tuvo lugar muy poco después que fui a vivir con mi viejo amo, y en las siguientes circunstancias. Tía Hester salió una noche, donde o para que no lo sé, y pasó a estar ausente cuando mi amo deseaba su presencia. Él había ordenado que no saliera de noche, y le advirtió que nunca se dejara capturar en compañía de un hombre joven, que estaba cortejándola. El nombre del joven era Ned Roberts, generalmente llamado Ned Lloyd. ¿Por qué el amo era tan cuidadoso con ella?, se puede dejar abierto a la conjetura. Ella era una mujer de formas nobles, y de proporciones elegantes, como muy pocas. Más aún, en el aspecto personal, sobresalía entre las mujeres de color o blancas de nuestra zona.

La tía Hester no sólo había desobedecido sus órdenes de no salir, sino que además había sido encontrada en compañía de Ned Lloyd. Circunstancia que, me pareció, por lo que dijo mientras la azotaba, fue el delito principal. Si hubiera sido un hombre de alta moral se podría haber pensado que estaba interesado en proteger la inocencia de mi tía, pero los que lo conocían sabían que esto no era así. Antes de que comenzara a azotar a la tía Hester, la llevó a la cocina, y la desnudó del cuello a la cintura, dejando el cuello, los hombros y la espalda al descubierto. Entonces le dijo que cruzara las manos, insultándola a la vez como p—a. Después de cruzar las manos, la ató fuertemente con una cuerda, y la llevó a un taburete bajo un gancho grande en la vigueta, puesto allí a propósito. La hizo pararse sobre el taburete, y le ató las manos al gancho. Tenía los brazos estirados hacia arriba en toda su longitud, por lo que debía pararse en puntillas. Entonces le dijo: — ¡Ahora, p--a, te voy a enseñar a desobedecer mis órdenes!— y después de arremangarse, comenzó a golpearla con el látigo, y pronto la sangre caliente, roja (en medio de gritos desgarradores de ella, y los juramentos horribles de él) llegó goteando hasta el suelo.

Yo estaba tan aterrorizado y horrorizado ante la visión que me escondí en un armario, y no me atreví a salir hasta que la operación hubiera terminado. Esperaba que mi turno fuera el siguiente. Todo era nuevo para mí. Nunca había visto algo igual. Siempre había vivido con mi abuela en las afueras de la plantación, donde se la había puesto a criar a los hijos de las mujeres más jóvenes. Por lo tanto había estado, hasta ahora, fuera del camino de las sangrientas escenas que a menudo se producían en la plantación… (Narrative of the Life of Frederick Douglass. An American Slave, capítulo 1.)

 

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